El Funeral de los cofrades del Santo Cristo y el Rosario de Candás
Para la mentalidad de época moderna el que Cristo
morara en el cuerpo de los cristianos convertía el espacio ocupado por ellos
sino en sagrado al menos en religioso[1].
Por ello las disposiciones testamentarias encaminadas a indicar la voluntad del
individuo en todo lo referente a su funeral constituía un acto indicador de la
mentalidad religiosa del testador.
Para los cofrades objeto de nuestro estudio contamos
con los datos aportados por los testamentos mencionados en el epígrafe anterior
y por la información obtenida sobre sesenta y ocho integrantes de ambas
cofradías recogida en tres de los libros de defunciones de la Parroquia
candasina[2]sobre
el lugar escogido como lugar de enterramiento. Con estos datos podemos hacernos
una idea de cuatro aspectos del funeral: la misa, el adorno del finado, el
lugar del enterramiento y las ofrendas.
Durante el siglo XVII se prefería la misa rezada,
sustituida en la centuria siguiente por la votiva y gregoriana. En ambos siglos
la misa cantada es escogida por una minoría. Normalmente no se indica el lugar
de celebración pero en los casos en que si se hace el altar del Santísimo
Cristo, el de la Virgen del Rosario y el altar mayor de la Iglesia parroquial
con los lugares elegidos para el oficio divino. El número de oficiantes es
amplio, siempre superior a tres sacerdotes, incluido el párroco, siendo muy
común la expresión “...con la asistencia de todos los clérigos de la Villa” e
incluso en algunas ocasiones se convoca a todos los sacerdotes del concejo.
Si admitimos que la misa hasta bien entrada la época
moderna mantiene las características de una ceremonia colectiva suma de
oraciones individuales[3]y
alejada del acto participativo actual, el oficio tendría la finalidad de
interceder por el finado ante la Corte Celestial a la par que mostraba su
riqueza terrenal[4]calculada
por el número de sacerdotes y de cantores, del valor de las ofrendas y de sus
legados. En definitiva una acto que cumplía una doble función religiosa y
social[5],
mostrando las bondades del individuo y capaz de mejorar la situación del
individuo en el mundo intrascendente, donde los asistentes son meros
espectadores y por tanto elementos prescindibles.
Dentro de esta continúa búsqueda de seguridades post
mortem ha de situarse el deseo, muy arraigado entre los miembros de las dos
cofradías, de enterrarse vestidos con el hábito de S. Francisco y, en algunos
casos, de Nuestra Señora del Carmen, éste último ya en el siglo XVIII. La costumbre
extendida no sólo a nivel regional[6],
sino también nacional[7]e
incluso europeo[8], ha
de analizarse a la luz de esa preocupación por su existencia tras la muerte
común a todos los fieles de época moderna.
En este sentido, la colocación del cuerpo dentro de
la Iglesia cobra vital importancia pues de su ubicación depende la posibilidad
de beneficiarse de las oraciones que los vivos realicen a los santos a cuyos
pies reposan o a los finados junto a los que fueron enterrados.[9]Los
testamentos estudiados muestran una clara preferencia por las tumbas situadas
en el coro, seguida por las emplazadas a los pies o en la capilla de algún
santo determinado o en la capilla mayor de S. Felix, preferencias todas ellas
que coinciden con las observadas en otras zonas de la Europa católica de la
época.[10]
Por último hemos de referirnos a la ofrenda, oferta
u oblada. Residuo de las primitivas comidas de conmemoración que sobre las
sepulturas de los mártires realizaban las primeras comunidades cristianas[11],
tiene una larga tradición en nuestra región[12].
En los casos estudiados se halla formada básicamente por pan, vino y compango,
aunque en ocasiones se le añade carne, grano e incluso cabezas de ganado ovino
u bovino. También era corriente incluir velas u otro tipo de iluminación como
las antorchas. El momento de realizarla varía pero nunca es aislado, siendo
corriente que el testador exprese su voluntad de que se deposite sobre su tumba
en fechas prefijadas como el cabo de año o el día de Todos los Santos, en
momentos concretos del funeral, por ejemplo durante los oficios, o
estableciendo una periodicidad determinada, normalmente anual. Esta ofrenda, al
margen de su antigüedad o su extensión en la región, ha de verse como una
muestra más de la riqueza del finado y por tanto encuadrable dentro de la
función social a la que aludíamos anteriormente.
[1] Aries, P. Op cit, pag 42-42
[2] Véase introducción.
[3] Lebrum, F. Op cit, pag 74
[4] Aries, P. Op cit, pag 145
[5] Barreiro, B. Op cit,
pag 481
[6] López, R. Op cit, pag 68
[7] Blanco White, J. Op cit, pag 172
[8] Aries, P. OP cit, pag 163
[9] Ibid, pag 43
[10] Ibid, pag 73-74
[11] Ibid, pag 30
[12] Del Llano, A. Del folklore
asturiano, mitos, supersticiones, costumbres, pag.189-191. Ed. 1972
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