San Martín de Braga
De Correctione Rusticorum (574) (1)
Semblanza biográfica de San Martín de Braga
Este escrito tiene su origen en el
Concilio II de Braga (572). La reunión episcopal, presidida por el mismo
Martín, dictaminó en su primer cánon, que los obispos debían visitar las
parroquias, enseñar el símbolo a los catecúmenos antes de la pascua y examinar
a los clérigos en la forma de administrar los sacramentos. Uno de los obispos
firmantes, Polemio de Astorga, es el que le solicita a Martín una guía para
realizar la visita pastoral como la pedía el Concilio. El título «rústico»
quiere decir en este contexto, sencillo, popular, así lo expresa el mismo
obispo en su escrito: «necesse me fuit... cibum rusticis rustico sermone
condire». Es innegable la influencia del De catechizandis rudibus de San Agustín.
EMPIEZA LA CARTA DEL OBISPO SAN MARTÍN AL
OBISPO POLEMIO
1. Recibí la carta de tu santa caridad en
la que me dices que te escriba algo, aunque sea a modo de síntesis, sobre el
origen de los ídolos y de sus crímenes, para la instrucción de los rústicos,
que retenidos todavía por la antigua superstición de los paganos, dan un culto
de veneración más a los demonios que a Dios. Pero como es conveniente el
ofrecerles ya desde el origen del mundo, para que lo saboreen, algún elemental
conocimiento racional, me fue necesario hacer, de esa selva ingente de los
tiempos y hechos pasados, una breve síntesis para de este modo presentarles a
los rústicos un alimento también con estilo sencillo. Por eso, y con la ayuda
de Dios, así ha de ser el principio de tu predicación.
2. Deseamos, hijos carísimos, instruiros
en el nombre del Señor, en algunas cosas, o que todavía no las oísteis, o que
si las habéis oído, las habéis tal vez olvidado. Rogamos, por consiguiente, a
vuestra caridad que escuchéis atentamente lo que se dice para vuestra
salvación. Sobre esta materia se ha escrito mucho en las divinas Escrituras,
pero a fin de que conservéis en la memoria, de entre esas muchas cosas os
recomendamos lo poco que sigue.
3. Habiendo creado el Señor en el
principio el cielo y la tierra, hizo para aquella morada celeste creaturas
espirituales, esto es, los ángeles que estando en la presencia del mismo lo
alabasen. Y uno de éstos, que primero había sido hecho como arcángel, viéndose
en el esplendor de tanta gloria, no dio el honor debido a Dios su creador, sino
que se proclamó semejante a Él, y a causa de esta soberbia, con otros muchos
ángeles, que lo imitaron, fue arrojado de aquella celeste morada a este aire
que está debajo del cielo. Y aquel que primeramente había sido arcángel,
perdida la luz de la gloria, se convirtió en el diablo tenebroso y horrible.
Igualmente aquellos otros ángeles que
estuvieron de acuerdo con él, juntamente con él fueron lanzados del cielo, y
perdiendo su esplendor, se convirtieron en demonios. Los otros ángeles
restantes que se sometieron a Dios perseveraron en la gloria de su caridad en
la presencia del Señor, y se llamaron ángeles santos. En efecto, aquellos
ángeles que juntamente con Satanás, su príncipe, fueron arrojados a causa de su
soberbia, se llaman ángeles apóstatas y demonios.
4. Después de esta caída de los ángeles
fue del agrado de Dios formar al hombre del barro de la tierra, a quien puso en
el paraíso, diciéndole que si observaba el precepto del Señor, pasaría sin
muerte para aquel lugar celestial, de donde cayeron los ángeles apóstatas; pero
que si quebrantaba las órdenes del Señor, moriría. Viendo, pues, el diablo que
el hombre había sido creado para sucederle a él en el reino de Dios, en aquel
lugar precisamente del que él había caído, movido por la envidia persuadió al
hombre que violase los mandatos del Señor. Y por este pecado fue arrojado el
hombre del paraíso al destierro de este mundo, en donde tendría que padecer
muchos trabajos y dolores.
5. El primer hombre fue llamado Adán, y su
mujer, que el Señor creó de la carne del mismo hombre, se llamó Eva. De estas
dos personas descienden todos los hombres; los cuales, olvidándose de su Dios y
Creador, y cometiendo muchos crímenes, provocaron a Dios a la ira. Por eso
envió el Señor un diluvio con el que hizo perecer a todos, a excepción de un
justo por nombre Noé, al que reservó, juntamente con sus hijos, para la
reparación del género humano. Desde el primer hombre Adán hasta el diluvio
pasaron dos mil doscientos cuarenta y dos años.
6. Después del diluvio se propagó otra vez
el género humano por medio de los tres hijos de Noé, que habían sido reservados
con sus mujeres. Y cuando empezó la muchedumbre reproducida a llenar el mundo,
olvidándose otra vez los hombres del Señor que había creado el mundo, empezaron
a dar culto a las criaturas, despreciando al Creador. Unos adoraban al sol, a
la luna o a las estrellas; unos al fuego, otros al agua del profundo, o a las
fuentes de las aguas, creyendo que todas estas cosas no habían sido hechas por
Dios para uso de los hombres, sino que habían nacido de sí mismas.
7. Entonces el diablo, o los demonios sus
ministros, que fueron arrojados del cielo, viendo a los hombres que por
ignorancia despreciaron a su Creador, empezaron a servirlo por medio de las
criaturas. Y empezaron a manifestarse en diversas figuras, a hablar con ellos y
pedirles que les ofreciesen sacrificios en los montes altos y en los bosques
frondosos, y a honrarlos como a Dios, poniéndoles los nombres de hombres
malhechores, que habían llevado una vida de toda clase de crímenes y de
maldades.
Y de este modo a uno le denominaron
Júpiter, que era un mago y que estaba tan cargado con tantos adulterios, que
tuvo por esposa a su propia hermana llamada Luno, marchitó a Minerva y a Venus
su propia hija; e igualmente deshonró con incestos a sus nietos y a toda su
parentela. Otro demonio se llamó Marte, diseminador de litigios y de
discordias. Otro demonio, por fin, quiso llamarse Mercurio, que fue el inventor
doloso de toda clase de robos y fraudes. A éste los hombres avaros le ofrecían
en sacrificio, como al Dios del lucro, montones de piedras, que lanzaban al pasar
por encrucijadas de los caminos. A otro demonio le aplicaron también el nombre
de Saturno, el cual, viven en una total crueldad, devoraba a sus propios hijos
apenas nacían. Se fingió también otro demonio con el nombre de Venus, que fue
una mujer meretriz, la cual se prostituyó no sólo con otros innumerables, sino
también con Júpiter, su padre, y con su hermano Marte.
8. He aquí cuales fueron en aquel tiempo
estos hombres depravados los cuales, a causa de sus pésimas invenciones, dan
culto los rústicos ignorantes Los demonios se apropiaron sus nombres, como
nombres de dioses, a fin honrarles como a tales, ofrecerles sacrificios, e
imitar sus acciones, cuyos nombres invocaban.
Los demonios les persuadieron también a
que les edificasen templos, que colocasen en ellos imágenes o estatuas de
hombres facinerosos, y les levantasen altares en los cuales no sólo derramasen
sangre de animales sino también de hombres. Además de todas estas cosas, muchos
de estos demonios, que fueron expulsados del cielo, presiden o en el mar, o en
los ríos, o en las fuentes, o en bosques, a los cuales los hombres
igualmente ignorantes que no conocen a Di los honran como a Dios y les ofrecen
sacrificios.
En el mar lo llaman Neptuno, en los ríos,
Lamias; en las fuentes, Ninfas en los bosques, Dianas; todas estas cosas no son
más que demonios malignos y espíritus malos que pervierten a los hombres
infieles que no saben protegerse con el signo de la cruz. Sin embargo, no
pervierten sin permiso de Dios, porque estos tales tienen a Dios airado contra
ellos, y no creen de todo corazón en la fe de Cristo, al bien, viven con tal
ambigüedad hasta el punto de poner a cada día los mismos nombres de los
demonios, y por eso denominan el día de Marte, y de Mercurio y de Júpiter, y de
Venus, y de Saturno, los cuales no hicieron ningún día, que fueron hombres
pésimos y malvados entre la gente de los griegos.
9. Pero cuando el Dios omnipotente hizo el
cielo y la tierra, creó también la luz, la cual mediante la distinción de las
obras de Dios tuvo siete veces su rotación. En efecto, en primer lugar hizo
Dios la luz, a la que llamó día. En segundo lugar hizo el firmamento del cielo.
En tercer lugar la tierra separada del mar. En cuarto lugar fueron formados el
sol, la luna y las estrellas. En quinto lugar los animales cuadrúpedos y los
volátiles. En sexto lugar fue formado de barro el hombre. En el día séptimo
terminó todo el universo y su ornamentación, y lo llamó Dios el descanso. Y a
la que fue la primera entre las obras de Dios, teniendo siete veces su
rotación, por la distinción de las buenas obras, se llamó semana.
10. ¿No es, por tanto, una locura que el
hombre bautizado en la fe de Cristo no honre el día del domingo, en el que
Cristo resucitó, y diga que honra el de Júpiter, y de Mercurio, y de Venus, y
de Saturno, los cuales no tienen ningún día, sino que fueron unos adúlteros, y
perversos, e inicuos y desgraciadamente muertos en su Provincia? Pero, como ya
dijimos, debajo de la apariencia de estos nombres, los hombres necios le
prestan veneración y honor a los demonios. Igualmente se introdujo entre los
ignorantes y rústicos aquel otro error por el que piensan que el principio del
año son las calendas de enero, lo cual es falsísimo.
En efecto, como dice la Santa Escritura,
en el mismo punto de equinoccio fue el principio del primer año. Y por eso se
lee así: «y dividió Dios entre la luz y las tinieblas». Ahora bien, en toda
división recta hay igualdad, como sucede en los veinticinco de marzo, en el que
tanto espacio de horas tiene el día como la noche. Por eso es falso que el
principio del año sean las calendas de enero.
11. ¿Y con qué pena se debe hablar de
aquel estúpido error de guardar los días de las polillas y de los ratones, y si
es lícito hablar de que un hombre cristiano venere en lugar de Dios a los
ratones y a las polillas? Porque a estos animales, si no les aleja o el pan o
la ropa cerrando bien o el armario o el arca, no perdonan cosa alguna de la que
encuentren. Sin motivo alguno se engaña el hombre miserable con estas patrañas,
como si porque al principio del año está alegre y saturado de todo, así le va a
suceder durante todo el año. Todas éstas son observancias paganas, han sido
buscadas por imaginación de los demonios. Pero hay de aquel hombre que no tiene
propicio a Dios, y que no tiene como dada por Él la abundancia del pan y la
seguridad de la vida. He aquí que vosotros realizáis oculta o públicamente
estas vanas supersticiones, y nunca os apartáis de estos sacrificios de los
demonios.
¿Y por qué no os conceden el que estéis
siempre saturados, seguros y alegres? ¿Por qué cuando Dios se enfada, vuestros
sacrificios vanos no os defienden de la langosta, del ratón y de muchas otras
tribulaciones que Dios enfadado os envía?
12. ¿No veis clarísimamente que os engañan
los demonios en estas vuestras observancias, que vanamente realizáis, y que os
lleváis un chasco en los agüeros que tan frecuentemente atendéis? Porque, como
dice el sapientísimo Salomón: «la adivinación y los agüeros son vanos» (Ecco
34,5). Y cuanto el hombre más las teme, tanto más engañado está su corazón: «no
les des tu corazón, porque a muchos ha servido de tropiezo» (Ecco 34,6-7).
He aquí lo que dice la Santa Escritura, y
así es ciertísimamente, porque tanto tiempo inculcan los demonios a los
infelices hombres el canto a las aves, hasta que por estas cosas frívolas y
vanas pierden la fe de Cristo, y encuentran en su muerte el fin de los
réprobos.
Dios no mandó conocer las cosas futuras,
sino que viviendo siempre en el temor de Dios, esperasen en Él el gobierno y el
auxilio de su vida. Es propio de solo Dios el conocer los acontecimientos antes
de que sucedan; sin embargo, los demonios engañan a los hombres vanos con
diversos argumentos hasta conducirlos a la ofensa de Dios, y hasta arrastrar
consigo a las almas al infierno, como por envidia hicieron desde su principio,
a fin de que el hombre no entrase en el reino de los cielos, de donde ellos
habían sido arrojados.
13. Por esta causa, viendo Dios a los
hombres miserables engañados de este modo por el diablo y por sus ángeles
malos, y que olvidándose de su Creador, adoraban a los demonios en lugar de
Dios, envió a su Hijo, es c su Sabiduría y su Verbo, con el fin de
reconducirlos al culto del verdadero y alejarlos del error del diablo. Y
precisamente porque la divinidad del Hijo de Dios no podía ser visto los
hombres, tomó carne humana en el vientre de la Virgen María, carne que fue
concebida, no de la unión con un hombre, sino por el Espíritu Santo.
Nacido, por consiguiente, el Hijo de Dios
en carne humana, pero que d estaba oculto el Dios invisible, y en el exterior
el hombre visible, predicó hombres: predicó a los hombres, enseñándoles a que
dejados los ídolos malas obras, saliese del poder del diablo y volviese al
culto de su Creador. Después de haber enseñado, quiso morir por el género
humano. Padeció voluntariamente la muerte, no obligado; fue crucificado por los
judíos s Juez Poncio Pilato, que había nacido en la Provincia de Ponto y que en
tiempo era gobernador de la provincia de Siria. Bajado de la cruz, fue colocado
en el sepulcro.
Al tercer día resucitó vivo de entre los
muertos, conversó por espacio cuarenta días con sus doce discípulos, y para
demostrar que resucitó su verdadera carne, comió después de la resurrección
delante de sus discípulos. Pasados los cuarenta días, mandó a sus discípulos
que anunciasen a las gentes la resurrección del Hijo de Dios, y que los
bautizasen en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo para el
perdón de los pecados, les enseñasen, además, que los que hubiesen sido
bautizados se apartas las malas obras, esto es, de los ídolos, de los
homicidios, de los robo perjurio, de la fornicación, y que aquello que no
quieren para sí no se lo hagan tampoco a los demás. Y después de haberles
mandado estas cosas, viéndolo los mismos discípulos, subió al cielo, y allí
está sentado a la derecha del Padre, y al fin de este n ha de venir con esa
misma carne con la que subió al cielo.
14. Cuando llegue el fin de este mundo,
todas las gentes y todo h que tiene su origen en los primeros hombres, es
decir, en Adán y en resucitarán sean buenos o sean malos. Todos han de venir
ante el juicio de Cristo, y entonces los que fueron fieles y buenos en su vida
quedarán separados de los malos y entrarán en el reino de Dios con los ángeles
santos. Sus almas juntamente con sus cuerpos permanecerán en el descanso e
nunca más morirán, y allí ya no habrá ni trabajo alguno ni dolor; tampoco
tristeza, ni hambre, o sed, ni calor o frío, ni tinieblas o noche, sino que e
siempre alegres, saturados, en la luz, en la gloria, serán semejantes a los
ángeles de Dios, porque ya han merecido entrar en aquel lugar de donde cayó el
juntamente con aquellos ángeles que le siguieron.
Allí, por consiguiente, todos los que
fueron fieles a Dios permanecerá siempre. En cambio, aquellos que no creyeron,
o que no fueron bautiza que ciertamente sí fueron bautizados después de este su
bautismo volvieron de nuevo a los ídolos y homicidios, o a los perjurios y a
otros males y murieron sin penitencia, todos los que así fueren hallados se
condenarán con el di con todos los demonios a los que dieron culto y cuyas
obras hicieron. Estos serán enviados junto con sus cuerpos al fuego eterno del
infierno, en donde aquel fuego inextinguible durará para siempre, y esa carne
recuperada en la resurrección gimiendo en eterno tormento desea morir otra vez
para no sentir los tormentos. Pero no se le permitirá morir para que sufra los
tormentos eternos.
Esto es lo que dice la ley, esto es lo que
dicen los profetas, esto es lo que dice el evangelio de Cristo, lo que dice el
Apóstol y lo que testifica toda la Santa Escritura, de la que os hemos hecho un
sencillo resumen. Es preciso, pues, hijos carísimos, que de aquí en adelante os
recordéis de todo cuanto os he dicho, y que obrando el bien esperéis el futuro
descanso en el reino de Dios, o (lo que esté lejos de vosotros) obrando el mal
esperéis el fuego perpetuo en el infierno. Por consiguiente, la vida eterna y
la muerte eterna está puesta en el arbitrio del hombre. Lo que cada uno escoja
para sí, eso es lo que tendrá.
15. Vosotros, pues, creyendo que
llegásteis al bautismo de Cristo en el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo, considerad el pacto que habéis hecho con Dios en el mismo
bautismo.
En efecto, cuando cada uno de vosotros
dísteis en la fuente vuestro nombre, por ejemplo, o Pedro, o Juan, o cualquier
otro nombre, así fuisteis preguntado por el sacerdote: ¿Cómo te van a llamar?
Tú respondiste, si ya podías contestar, o si no ciertamente el que lo
testificaba en tu nombre, el que era tu padrino, y dijo, por ejemplo: se
llamará Juan. El sacerdote preguntó de nuevo: Juan, renuncias al diablo y a sus
ángeles, a sus cultos y a sus ídolos, a sus frutos y fraudes, a sus
fornicaciones y a sus impurezas, y a todas sus obras malas. Y respondiste:
renuncio. Después de esta renuncia al diablo fuiste interrogado de nuevo por el
sacerdote: ¿Crees en Dios Padre Omnipotente? Y respondiste: creo.
¿Y en Jesucristo, su Hijo único, Dios y
Señor nuestro, que nació del Espíritu Santo y de la Virgen María, padeció en
tiempo de Poncio Pilato, crucificado y sepultado, bajó a los infiernos, al
tercer día resucitó vivo de los muertos, subió a los cielos, que está sentado a
la derecha del Padre, y que desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los
muertos? ¿Crees?, y respondiste: creo.
Y de nuevo fuiste interrogado: ¿Crees en
el Espíritu Santo, en la Santa Iglesia Católica, en el perdón de todos los
pecados, en la resurrección de la carne y en la vida eterna? Y respondiste:
creo.
Considerad, por tanto, cuál es el pacto
que habéis hecho con Dios en el bautismo. Prometísteis que vosotros
renunciábais al diablo y a sus ángeles, y a todas sus obras malas, y al mismo
tiempo habéis hecho una profesión de fe que vosotros creíais en el Padre y en
el Hijo y en el Espíritu Santo, y que vosotros esperábais también, al terminar
el mundo, en la resurrección de la carne y en la vida eterna.
16. He aquí cuál es vuestra garantía y
vuestra confesión con la que os habéis ligado para con Dios. ¿Y cómo es que
algunos de vosotros, que habéis renunciado al diablo y a sus ángeles, a sus
cultos, y a sus malas obras, ahora volváis de nuevo a los cultos del diablo?
Porque encender velas junto a las piedras
y a los árboles y a las fuentes y en las encrucijadas, ¿qué otra cosa es sino
culto al diablo? Observar la adivinación y los agüeros, así como los días de
los ídolos, ¿qué otra cosa es sino el culto del diablo?
Observar las vulcanales y las calendas,
adornar las mesas, poner coronas de laurel, observar el pie, derramar en el
fogón sobre la leña alimentos y vino, echar pan en la fuente, ¿qué otra cosa es
sino culto del diablo? El que las mujeres nombren a Minerva al urdir sus telas,
observar en las nupcias el día de Venus, y atender en qué día se hace el viaje,
¿qué otra cosa es sino el culto del diablo?. Hechizar hierbas para los maleficios, e
invocar los nombres de los demonios con hechizos, ¿qué otra cosa es sino el
culto del diablo? Y otras muchas cosas que es largo el decirlas. He aquí que, después de haber renunciado
al diablo, hacéis todas estas cosas después del bautismo, y volviendo al culto
de los demonios y a las malas obras de los ídolos, faltásteis a vuestra
palabra, y habéis quebrantado el pacto que hicísteis con Dios.
Alejasteis de vosotros la señal de la
cruz, que recibisteis en el bautismo, y estáis atentos a otras señales del
diablo por medio de las avecillas, estornudos y otras muchas cosas.
¿Por qué no me va a hacer mal a mí y a
cualquier otro cristiano recto el agüero? Porque donde ha precedido la señal de
la cruz, nada es señal del diablo. ¿Y por qué os hace mal a vosotros? Porque
despreciáis la señal de la cruz, y teméis aquello que vosotros mismos habéis
imaginado como señal.
Del mismo modo rechazáis el santo
encantamiento, esto es, el símbolo que recibisteis en el bautismo, que es:
«creo en Dios Padre Omnipotente»; la oración dominical, esto es, «Padre nuestro
que estás en los cielos», y conserváis los encantamientos diabólicos y los
versos. Por eso todo aquello que. despreciando la
señal de la cruz de Cristo, y mira a otras señales, perdió la señal de la cruz
que recibió en el bautismo. Igualmente, el que guarda otros
encantamientos inventados por magos y maléficos, perdió el encantamiento del
símbolo santo y de la oración dominical que recibió en la fe de Cristo, pisoteó
la fe de Cristo, porque no puede dar culto juntamente a Dios y al diablo.
17. Por eso, amadísimos hijos, si habéis
conocido todas estas cosas que hemos dicho, y si alguien reconoce haber
cometido estas cosas después del bautismo, y que apostató de la fe de Cristo,
no desespere de sí y no diga en su corazón: «porque yo he cometido tantos males
después del bautismo, tal vez Dios no perdone mis pecados». No quieras dudar de
la misericordia de Dios. Haz de nuevo en tu corazón un pacto con Dios, y en lo
sucesivo ya no quieras entregarte al culto de los demonios; no adores otra cosa
que no sea Dios; no has de cometer el homicidio, ni el adulterio o la
fornicación; no cometas el hurto ni perjures.
Y cuando hayas cometido todo esto a Dios
en tu corazón, y no hayas vuelto a cometer otra vez estos pecados, espera con
confianza el perdón de Dios, porque así dice el Señor en la Escritura
profética: «en cualquier día que el malvado se olvide de sus iniquidades y obre
la justicia, yo también me olvidaré de todas sus iniquidades» (Ez 18,21-22).
Dios espera, por consiguiente, el
arrepentimiento del pecador. Aquélla es la verdadera penitencia, cuando el
hombre ya no vuelve a cometer los males que hizo, sino que pida perdón de los
pecados pasados, tome precaución de cara al futuro, para no volver de nuevo a
los mismos pecados; sino que por el contrario realice las obras buenas, de tal
manera que dé limosna al pobre que tiene hambre, rehaga al huésped extenuado, y
que todo aquello que quiere que otros le hagan a él, que esto mismo haga él con
los otros, y que lo que él no quiere que le hagan, que tampoco él lo haga a los
demás, porque en esta palabra se resumen los mandatos del Señor.
18. Os rogamos, por tanto, hermanos e
hijos queridísimos, que estos preceptos que Dios se ha dignado daros por medio
de nosotros humildes y pequeños, los retengáis en la memoria, y penséis cómo
salvéis vuestras almas, de tal modo que no sólo os ocupéis de esta vida
presente y de la utilidad pasajera de este mundo, sino que penséis más en el
símbolo que vosotros prometísteis creer, esto es, la resurrección de la carne y
la vida eterna.
Por consiguiente, si creísteis y creéis
que existe la resurrección de la carne y la vida eterna en el reino de los
cielos entre los ángeles de Dios, como ya os dije anteriormente, pensad mucho
en estas cosas y no siempre en la miseria de este mundo.
Preparad vuestro camino por medio de las
buenas obras. Reuníos con frecuencia en la iglesia o en el lugar de los santos
para orar a Dios. No queráis despreciar el día del Señor, que por eso se llama
del Señor, porque el Hijo de Dios, Nuestro Señor Jesucristo. resucitó en ese
día de entre los muertos, sino que debéis honrarlo con reverencia.
No realizaréis en el día de domingo obras
serviles, esto es, en el campo, en el prado, en la viña y otras cosas pesadas,
exceptuadas aquellas cosas que son necesarias para la refección del cuerpo,
como es el cocer el alimento y lo necesario para emprender un viaje largo. Es lícito hacer un viaje en domingo a
lugares cercanos, pero no para realizar acciones malas, sino más bien buenas,
esto es, ir a un lugar santo, o a visitar a un hermano o a un amigo, o consolar
a un enfermo, o a llevar un consejo al que se encuentra en la tribulación, o
una ayuda en favor de una causa buena. Así es como debe celebrar el domingo el
hombre cristiano. Es bastante inicuo y vergonzoso que
aquellos que son paganos y desconocen la fe cristiana, dando culto a los ídolos
de los demonios, que veneren el día de Júpiter o de cualquier otro demonio y
que se abstengan del trabajo, siendo así que los demonios ni han creado ni
tienen ciertamente ningún día.
Y nosotros, que adoramos al verdadero
Dios, y que creemos que el Hijo de Dios resucitó de entre los muertos, no
veneramos el día de su resurrección, es decir, el domingo. No queráis, pues,
hacer una injuria a la resurrección del Señor sino honradla y veneradla con
reverencia por la esperanza que nosotros tenemos en ella. Porque así como aquel
Señor nuestro Jesucristo, Hijo de Dios, que es nuestra cabeza, resucitó al
tercer día de entre los muertos, así también nosotros, que somos sus miembros,
esperamos resucitar al fin del mundo en nuestra carne, a fin de que cada uno
reciba o el descanso eterno o el castigo eterno, de acurdo con lo que obró con
su cuerpo en este mundo.
19. He aquí que nosotros que hablamos
ahora bajo el testimonio de Dios y de los santos ángeles que nos escuchan,
hemos cumplido nuestra deuda con vuestra caridad, y os hemos prestado el dinero
del Señor, cuyo precepto tenemos. Pertenece ahora a vosotros el pensar y el
procurar cómo cada uno de nosotros presente con intereses lo que recibió cuando
venga el Señor el día del juicio. Rogamos, por tanto, a la clemencia del
mismo Señor que os guarde a vosotros de todo mal, y os haga dignos compañeros
de sus santos ángeles en su reino, concediendonoslo él mismo que vive y reina
por los siglos de los siglos. Amén.
Notas
1. Tomamos el texto de las Obras
completas de Martín de Braga, edición y traducción realizada por Ursicino
Domínguez del Val, Fundación Universitaria Española (Madrid 1990) quien a su
vez a utilizado la edición de C. W. Barlow, Martini episcopi
Bracarensis opera omnia, (New Haven 1950). Volver al texto
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